A quien corresponda (y quiera una explicación):

 

No sé cómo ni cuándo llegó. Sólo sé que está ahí y que hace mucho ruido. Ruido como ninguno. Ruido como esas máquinas que taladran el suelo, que no dejan ni escuchar los propios pensamientos. Es un pensamiento que amordaza a los demás, los encierra en el último cuarto y es el único que se presenta. Ni siquiera se presenta, sólo está ahí, haciéndote saber que lo está y no tiene la más mínima intención de irse. Es el dictador de mi propia cabeza. Hace que todo duela. Y hace que todo duela más cuando los demás pensamientos y sentimientos se envalentonan, quieren reclamar su lugar y salir al aire, a ser escuchados por otros y que aquellos no sepan que lo único que necesitan es un salvavidas. No que sean validados, menos entendidos: solo no quieren ahogarse. O perderse entre el montón.

 En tiempos donde nadie escucha a nadie, en tiempos donde todos contra todos…

A veces no puedo escucharme ni yo misma. A veces parece que estoy en contra de mí. No sé las estadísticas, no voy a buscarlas -me aterrorizan- pero creo que quienes tuvimos la idea de irnos e hicimos lo posible y no lo logramos, algo queda de ese intento de huida dentro de nosotros. No te lo puedo explicar. Pero tampoco voy a pedir perdón por no poder hacerlo, tampoco pediré perdón por pensarlo, tampoco pediré perdón porque existe algo dentro de mí que no sé por qué está. Porque aunque yo no lo deje, ese pensamiento inunda todo, desde la punta de mi pelo hasta la planta de los pies. Me he deshecho pedazo por pedazo para explicarme que no es falta de algo exterior, ni alguien que haga de reparador, es más fácil que todo lo que pueda complicarlo: solo tengo que ir paso a paso, con mi mucha intensidad, con mi mucha manera de pensarlo, con mi toda manera de distraer el pensamiento para dormirlo y dejarme ser. Aunque sea un día más.

Recuerdo de las once menos diez.

De fondo suena Chet Baker. En el suelo Yo estoy en flor de loto descansando la espalda a los pies de la cama y tú decidiste tumbarte en la alfombra a contemplar el cielo raso en la penumbra. You’re mine. You, suena y se siente como caricia. De algún lugar viene un olor a cera quemada, de inmediato traigo a mi mente las velas verdes, pero nosotros no necesitamos luz si estamos viendo todo con la claridad que necesitamos. Esa que no es de comprensión general. I fall in love too easily, canta el hombre de aire. Trato de emular tu posición, pero tú estás como de quien el alma lo abandonó para pararse a bailar con uno de esos fantasmas de los que no puedes esconderte en ninguna habitación. Oh, you crazy moon. Admiro la tarea de tu pecho de albergar ese corazón. Lo escucho. Ese hogar… pronuncias versos que mi memoria repite… no estoy cerca de las palabras, al menos no las mías. Nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se superponen y nos miramos … sin mirarnos. se me olvidó controlar mi respiración que en ese momento se ha sublevado. Yo te pido que me abraces, tú sigues repitiendo los versos de mi memoria y te repito mi predilección solo para escucharte decir que lo sabes. Entre el olor a tabaco y whisky pero sobresale algo que podría llamarlo dulce. Tu aliento, ese vicio.

A mi patológica necesidad de explicarlo todo:

Ahora sí, cabrona: sin pelos en la lengua, mucho menos en las letras. Hay que aprender a vivir con las pendejadas que uno hace porque son las únicas que te acompañarán por el resto de tus días, lo sabes y lo reconoces, ¿para qué jugarla a la que no, nunca? Sabes que a las malas del cuento no les queda la cara de mustia. Aquí ya no caben bromas sobre si son muchos o pocos días los del resto de tu vida, no-da-risa.

Quedaron marcas en las manos de las veces que picotearon en busca de la vena para conectarme al suero y sacarme tanta chingadera de la sangre, las estoy viendo mientras escribo esto. Chingadera que tienes que seguir tomando, de poquito... pero de poquito que te están viendo todos. La verdad que nadie nota las diminutas marcas, solo yo, o a quien le diga que se fije bien, pero bien, bien; pasan perfecto como lunares, de esos que salen cuando decimos tristemente "ya estoy vieja, mira mis manos...". Lo cierto es que nadie nota nada hasta que ya lo estoy explicado. Yo y mi maldita necesidad de estar escarbando, dijo mi madre.
Esta vez no quise explicar mucho. Solo escribirlo todo y pedir que lo leyeran. Y eso sí: repetir como muñequita de pilas que no sabe más que lo programado las palabras "perdón", "discúlpame", "lo siento mucho" y otras que dependiendo de quién, cuál. Perdón, no quise hacer mal.  Discúlpame, pero si me tienes poquita paciencia... prometo que todo mejora. Lo siento mucho, muchísimo si te hice daño. Semana y contando y no se acaban las pilas para repetir lo mismo a los mismos. A los demás. A todos, excepto a ti, porque eres la s de la palabra, la que se puede excluir sin pena ni gloria. A TODO.|
Si me dijeran pide un deseo... fíjate que sí: preferiría un rabo de nube; dice mi padre Silvio que se llevan lo feo. Honesta y crudamente no regresaría el tiempo, no me ahorraría el dinero de "los rivotriles"; simplemente quisiera que viniera algo y barriera toda explicación. Que quitara toda la tierra que saco cuando estoy escarbando. También una grabadora o alguien que escarbe por mí. Sí, estoy cansada. se busca relevo. Interesados, presentarse. Pero está jodido, ¿no? lo de menos son aquel momento y las marcas en las manos. Paradójicamente lo cabrón está con la gente que te quiere. Porque está muy ocupada y preocupada queriéndote. Los linces fijándose que no lo vuelvas a hacer. Que no se los vuelvas a hacer.  Ni se te ocurra. Y no, mujer, espérate... no tienes chance de explicarte tu propia pendejada porque perdiste tu oportunidad cuando hiciste la pendejada... así.
No tienes oportunidad de armarte y acomodarte porque ya quedaste como un Picasso y no hay punto de retorno, de inflexión, menos de reflexión. Me queda suponer, que estoy en medio del aguacero, que diluvia que echo de menos a Noe con su arca; me queda suponer que un día de estos escampa... y a lo mejor donde hice esos agujeros escarbando, queda tierra plana o mínimo que se pueda andar sobre ella. 
¿Y mientras? A bancársela  y esperar el turno en el que le toque a la S ser palabra.


Tu yo más tú.

A quien lastimo:

El cuerpo es de quien lo habita; entonces hay que reconocerlo. Como lección básica de ciencias naturales en quinto grado, cuando ya te dejan de hablar de animales y comienzan a hablarte de otro animal: el que es uno mismo. Nacer, crecer, reproducirse y morir. El ciclo natural de la vida. El primero te hace, el segundo te forma, el tercero te multiplica y el último... silencio espectral.
En el ciclo normal y natural de la vida cabe esa palabra que no es solo vocabulario sino también acción, claro, como todas las demás, solo que ésta... debe ser muda.
En el ciclo normal y natural de la vida que nos enseñaron desde pequeños se olvida que cada una de esas etapas lleva una pingüe carga de emociones, sentimientos, contrariedades, ambigüedades, aprendizaje, razonamientos y un sinfin que cada uno a su particular y respetable manera experimenta y en ningún libro de ese peculiar color naranja un poco rosado con su inolvidable colibrí como queriendo alimentarse de la flor que emana de una choya... ¿lo recuerdan? Bueno, eso está de más. Mi mente siempre me hace esas jugadas.
Las cargas del ciclo natural de la vida. Ya no digamos normal. Nacer. Crecer. Reproducirse y morir. Lo primero no lo pediste, en la siguiente estación te das cuenta que la vida es un regalo que agradeces, con muchos términos y condiciones y es justo ahí donde conoces y encuentras todo el equipaje que hay que cargar para vivir. De eso hablo cuando digo que te forma.
El cuerpo es instrumento y la religión te enseña que también es templo. Sin él, no eres; claro, porque no habría manera tangible de que estuvieses. Las personas necesitan verte y tú ver a las personas. Como te ven te tratan, te dicen y creces aprendiendo a hacerte, asearte y serte, para que te vean. A los ojos de los demás, quien más atractivo, más visto y reconocido. El cuerpo es de quien lo habita, es la primera premisa; pero, ¿quién lo habita? pues uno mismo, súbita y sin cavilarla muchos responderíamos. ¿Quién es uno mismo?
¿Quién me habita? Pregunta complicada que preferiríamos saltar a la siguiente... pero no hay siguiente. Seguro que quien me habita no es la que sueña con encontrar el rojo Chanel perfecto para adornarse los labios. Quien me habita puede ser quien sangra ese rojo pero no se ve. Quien tiene una voz muy fuerte que grita más que mi garganta y sin embargo no se escucha. Sabe lo que va bien y no, lo que es bueno y lo que es malo... pero que lo bueno es para los buenos. Quien me habita no entiende el término de normal, pero quisiera serlo. Es la misma que quiere y necesita ser una más, no busca escalones, la altura le marea. 
Hay una edad en la que de la nada, escuchamos una vocesita interna y después de asustarte y satanisarte -pues eres pequeña e ignoras-, te das cuenta que eres tú mismo y que eso también tiene un nombre: conciencia. Me asusté mucho cuando la descubrí y quería que desapareciera. Desde entonces asimilé ese término para mí: desaparecer. Y los que pensamos en esa palabra nos endilgan las etiquetas de egoístas, injustos y sobre todo: poco agradecidos. 
Reproducirse, es la cuarta etapa. Esa es la parte mustia que se murmura pero la más importante: es la que nos trajo a todos aquí para ser y vivir lo demás. Para que te coloquen en catálogos de saber o no vivir. De ser bueno o ser malo. De apreciar o no lo que eres, tienes. Reproducirse, arriba la minimicé a multiplicarse y lo reafirmo: multiplicarse como humanos y en el crecer entiendes que no sólo como figuras, sino con esa extraña carga indefinible e inmedible que se llama amor.
¿Quién me habita no entenderá de amor? Lo ve, lo siente y lo hace, mas no como a la particular vista ajena es aprobada, tal vez.
Desaparecer. Todo lo que hagas contra tu templo no es normal. No está escrito en ninguna parte. No es una obligatoriedad, pero no es normal. Tú instrumento debe permanecer intacto -o como lo vaya dejando el paso de los años- hasta la etapa de ese silencio inquebrantable. Por ti y por los demás. Tienes que darte cuenta, no es tu cuerpo ni quien lo habita solamente, son los que te rodean, los que se multiplicaron para darte como resultado, los que te acompañan en el andar y en el ser.
"Intento de suicidio" dice un papel que en realidad no dice nada, pero hizo mucho. Farmacos fuera de la vista, dormir con la puerta abierta, ojos sobre ti que no son compañía son guardianes, cuando tú ya estás abriendo otras puertas del inconsciente para poder abrir tus ojos y decir "soñé que...", esa es la parte de menos. Esas tres palabras trajeron otras peores: enojo, desconfianza, desilusión, decepción, vergüenza. No hay explicaciones. De ti no se espera ni se desea escuchar nada. Lo aceptas, porque quieres hilo y aguja para coserte esas etiquetas. Cuidado, persona de no confiar. Desilusionante. Decepcionante. Y lo aceptas, como la cachetada de tu hermana cuando le pediste ayuda, palabra que no escuchó. Y lo entiendes. Esas tres palabras que te unen a una lista de muchos más que tu madre te reconoce que ya eres parte de una estadística. Y lo entiendes, como el silencio de tu padre y sus lágrimas que no brotan pero sabes que podrían inundar la casa. Y lo entiendes. Tres palabras que están escritas en una hoja de papel que además dice "incapacidad" que en estos momentos no sabes en qué manos están y cuál será la mirada hacia ti de quien lo vio. Seguro ese calificativo: incapaz.
Desaparecer, que no es sinónimo de morir. De quien me habita, quien soy, quien me ven, no es su propósito. Nunca tuve en mente esa huida. No soy tan valiente. Sí, no lo niego: la idea de volatizarme, dispersar hasta la última de mis células, escaparme a un mundo de sueños es una idea que siempre he visto atractiva. Un día me voy a ir, y ni el polvo va a saber; dice Jesusa.
Tiempo al tiempo, ese maldito amigo de toda circunstancia. Reconocer, el primer paso. Reconocerme: mi paso. Reconocerlos: el paso más importante. 
Soy, sigo siendo... y no puedo sin ustedes.

Lizbeth López Quintana.






8M

No quiero tus flores
ni moños rosas.
                   No quiero tus felicidades por nacer de vagina que sangra
 y senos que ocultar.
No quiero promesas que me cuidarán hoy, cuando ayer ya hemos desaparecido;
cuando mañana seguiremos muriendo porque seguimos siendo
 sexo y género endeble.
No quiero que se me reconozca hoy mi valor de ornato en el mundo de los vivos
y que inadvertido sea mi coraje de vivir y mirar de frente,
con ojos y valor creciente, latente.
No quiero tu abrazo de agua y beso de Judas que dicen menos que nada;
mucho menos que digas que estás conmigo hoy con el eco de un pero. 
Que estás conmigo. Conmigo que somos todas.
No digas que me entiendes sino sabes que una somos todas.
Hoy no quiero sólo que me abras la puerta,
 caminar detrás de mí por mera cortesía.
Si doy el primer paso y primero planto mi pie decidida,
 no es para retarte, retarlos...
sino para ser, que me veas, demostrar que puedo y quiero sola.
 ...y si decides ser mi compañía,
que sea a mi lado, no antes ni después.
Hoy no estamos para regalos. 
Hoy estamos para vernos y reconocernos;
que la lucha somos todas. Todas. Todos los días.
Que no estamos para maledicencias de una para la otra. 
Hoy estoy para ser tú,
tú ser yo
y yo todas nosotras.
Lo que te toca me toca. 
Lo que te escuece me duele.
Quien te hace menos, me hace nadie.
Quien te desaparece, me roba parte.
Quien te critica, me denigra.
Quien te segrega, me veja.
Hoy estoy para ser tú.
Estoy.

Hoy no quiero tus flores, ni moños rosas.
Quiero que se escuche ni NO ES NO.
Que mi vida no es moneda de cambio
ni aviones de papel mis derechos.
Hoy, ayer, mañana: yo soy tú.

La ilustración es de la talentosa Bruta. 

A lo que pasó, lo que aprendí, lo que encontré y no busqué.

No me gusta prometerme, porque eso es autojoderme. Prefiero seguir y al final, voltear a ver lo que he dejado -y me han dejado-; las huellas que he marcado y las que se fueron borrando. Aprendí que aunque las personas se vayan, no se van. Que tú decides cuánto cala el recuerdo. Que aún en la penumbra del duelo, se puede ver claro. Que una sonrisa es el mejor candil y un abrazo hogar. Que hay gente que tiene el corazón como un hogar. Que hay cosas que por más que le pongas alas y el viento les sople a favor, no vuelan. Que lo que es verdadero, vuelve: siempre vuelve. Que hay cosas que no se explican, se sienten y ya, no hay que buscarle más aguas hondas. Que estar bien no son los demás, es uno mismo. Que sobrevivimos, que sobreviviremos, porque somos supervivientes. Que jugar a la vida es jugar con paciencia. Que de las malas decisiones no he podido aprender un carajo, porque siempre caigo y sigo cayendo (entonces, hay que seguir buscando). Que hay que buscar lo que sume, no que reste, es cuando todo se multiplica, todo lo bueno. Que lo que se dijo en Martín (Hache) es la verdad y nada más que la verdad: es a las mentes a las que hay que follarse. Que no hay nada peor que las ganas mal gastadas. Las palabras dichas no sentidas. Los besos no dados. Las intenciones reprimidas. No hay nada peor que quedarse con las ganas y no tiene nada de malo no tener ganas. Que ya basta de explicar, no me puedo resolver para nadie, solo para mí. Que no me he encontrado solución y que espero tener.

Regalos insignificantes.

Un regalo insignificante
...pero con esa palabra.
Vos no elegís la palabra que te va a abrazar el alma cuando más te tiembla.
Para el alto, flaco, desgarbado, lampiño con ojos infantiles que era el mismo corpulento
barba abundante, miope... el mismo que no conocí. El tiempo te ha vuelto increíble, y un montón de hojas color ocre.
El mundo sigue girando como si estuvieses y no sólo en mí. Yo te pienso como quien ha nadado en los ojos de quien ya ha amado. Fuiste. Te encontré entre tantos y te he compartido con los que he querido. Nunca te hubiese llevado flores, aún no lo haría, ni quiero hacerlo. No te dejaría una piedrita, ya no juegas más, ya has alcanzado el cielo; en cambio, tiendo puentes. A veces de los que sólo se sostienen de un solo lado. Por ti, nado y navego en "esos" ríos. Por ti, no me ato a un reloj y bailo como si nadie me viera. Te llevo vivo: por ti, celebro. No sé donde estés, dejo de especular, pero aquí sigues cumpliendo.

Qué bien que viviste, che. Qué bien que  vivo para haberte encontrado.

Posdata. Abrazos a quien le he hablado de ti como parte de mí.